El infierno de transmilenio
Sin embargo, en el metro de la antigua Villa de la Candelaria, aunque a las horas pico constituya una especie de aventura en el infierno subirse a él, nunca se podrá comparar con las desgracias del transmilenio de la capital. El metro de Medellín es querido por la gente, aunque, de vez en cuando, miembros de las barras delincuenciales de pseudohinchas de fútbol quiebren ventanillas o hagan estallar “bomba s-papa” en alguna estación.
Cuentan los cronistas que lo sucedido el viernes 9 de marzo en Bogotá fueron las más tumultuosas protestas del transmilenio en su historia. Algunos la han calificado, quizá con exageración, como un “Bogotazo en miniatura”, dada la cólera de los que se levantaron contra el sistema de buses articulados, lo que recordó, según dicen, a los alzamientos del 9 de abril contra el tranvía. Para el alcalde de Bogotá no fue una simple protesta de ciudadanos, sino de “grupos interesados en hacer vandalismo, robarse la plata de las taquillas y producir daño”.
Y aunque para el alcalde Petro el movimiento tomó un cariz conspirativo, la gente está inconforme por lo que se ha denominado un sistema indigno, poco eficiente, muy costoso y lerdo. Transmilenio colapsó. Y es posible que igual situación pueda presentarse en otras ciudades colombianas en las que se usan los carros articulados. “Cuando veas las barbas de tu vecino arder…”. La situación límite presentada en Bogotá tiene que ver con diversos factores, como la falta de educación ciudadana, el irrespeto en los cruces, la carencia de rutas más cortas…
El despelote del sistema de transporte llevó, asimismo, a que el alcalde dijera que se trataba de un movimiento para desprestigiar su gobierno, que, hasta ahora, por lo visto, goza de poco prestigio. Y a que señalara a su antiguo partido, el Polo Democrático, como el fomentador de las protestas. A su vez, en el intercambio de declaraciones, el Polo contestó, a través del senador Jorge Robledo, que “no es con falsos positivos que el alcalde debe atender los reclamos de los bogotanos en contra del pésimo servicio de Transmilenio” y agregó que en vez de inventarse “falsas causas” para explicar la protesta, debería buscar soluciones al problema.
La exalcaldesa Clara López le recordó a Petro que la protesta es un derecho ciudadano y que en vez de pasarse “trinando acusaciones” atendiera las reclamaciones de la gente. Transmilenio, como se sabe, tiene el pasaje más caro de América Latina y sus usuarios tienen que montarse en condiciones que no son propiamente las más dignas. El colapso del sistema se ha producido desde hace rato, pero le corresponde a la actual administración pararle bolas a la crisis.
En lo que casi todos están de acuerdo es en que las protestas deben darse de modo civilizado, sin vandalismos, sin saqueos ni agresiones físicas. Se sabe que los usuarios del sistema son los más pobres, los más desprotegidos. Se sabe, igual, que por allí no se transporta ningún banquero (dirá que de pronto lo atracan), ningún magnate. Ah, ni tampoco el alcalde. Le han llovido críticas a éste porque no supo manejar la situación, porque les echó la culpa a otros y porque no planteó soluciones de fondo.
La situación del transmilenio se constituye en un desafío para la administración. De su tratamiento y solución, dependerá mucho la gobernabilidad de Petro. Por ahora, deberá refaccionar cinco estaciones (más de mil millones en pérdidas), darles confianza a los ciudadanos y no dejar que el problema se le transmute en un infierno en el que él podría ser el primero en ser consumido por las llamas.
Cuentan los cronistas que lo sucedido el viernes 9 de marzo en Bogotá fueron las más tumultuosas protestas del transmilenio en su historia. Algunos la han calificado, quizá con exageración, como un “Bogotazo en miniatura”, dada la cólera de los que se levantaron contra el sistema de buses articulados, lo que recordó, según dicen, a los alzamientos del 9 de abril contra el tranvía. Para el alcalde de Bogotá no fue una simple protesta de ciudadanos, sino de “grupos interesados en hacer vandalismo, robarse la plata de las taquillas y producir daño”.
Y aunque para el alcalde Petro el movimiento tomó un cariz conspirativo, la gente está inconforme por lo que se ha denominado un sistema indigno, poco eficiente, muy costoso y lerdo. Transmilenio colapsó. Y es posible que igual situación pueda presentarse en otras ciudades colombianas en las que se usan los carros articulados. “Cuando veas las barbas de tu vecino arder…”. La situación límite presentada en Bogotá tiene que ver con diversos factores, como la falta de educación ciudadana, el irrespeto en los cruces, la carencia de rutas más cortas…
El despelote del sistema de transporte llevó, asimismo, a que el alcalde dijera que se trataba de un movimiento para desprestigiar su gobierno, que, hasta ahora, por lo visto, goza de poco prestigio. Y a que señalara a su antiguo partido, el Polo Democrático, como el fomentador de las protestas. A su vez, en el intercambio de declaraciones, el Polo contestó, a través del senador Jorge Robledo, que “no es con falsos positivos que el alcalde debe atender los reclamos de los bogotanos en contra del pésimo servicio de Transmilenio” y agregó que en vez de inventarse “falsas causas” para explicar la protesta, debería buscar soluciones al problema.
La exalcaldesa Clara López le recordó a Petro que la protesta es un derecho ciudadano y que en vez de pasarse “trinando acusaciones” atendiera las reclamaciones de la gente. Transmilenio, como se sabe, tiene el pasaje más caro de América Latina y sus usuarios tienen que montarse en condiciones que no son propiamente las más dignas. El colapso del sistema se ha producido desde hace rato, pero le corresponde a la actual administración pararle bolas a la crisis.
En lo que casi todos están de acuerdo es en que las protestas deben darse de modo civilizado, sin vandalismos, sin saqueos ni agresiones físicas. Se sabe que los usuarios del sistema son los más pobres, los más desprotegidos. Se sabe, igual, que por allí no se transporta ningún banquero (dirá que de pronto lo atracan), ningún magnate. Ah, ni tampoco el alcalde. Le han llovido críticas a éste porque no supo manejar la situación, porque les echó la culpa a otros y porque no planteó soluciones de fondo.
La situación del transmilenio se constituye en un desafío para la administración. De su tratamiento y solución, dependerá mucho la gobernabilidad de Petro. Por ahora, deberá refaccionar cinco estaciones (más de mil millones en pérdidas), darles confianza a los ciudadanos y no dejar que el problema se le transmute en un infierno en el que él podría ser el primero en ser consumido por las llamas.
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