Cada crisis trae una oportunidad
La incapacidad de contener el delito, la proliferación de cultivos y exportaciones, situó a Colombia como un país incapaz de afrontar el reto de la droga. Colombia fue tildada como una narco-potencia, y perdió así la posibilidad de debatir las condiciones de la guerra contra las drogas. Los años pasaron y se hizo evidente, que pese a los esfuerzos, el fenómeno tenía su propia fuerza y que la inercia era tan poderosa que difícilmente podría acabarse. Las cifras empezaron a mostrar de manera clara y contundente que la disminución de los cultivos en Colombia suponía el aumento de los mismos en Bolivia o Perú. Mientras hubiera demanda, los cultivos globales se mantenían estables; de manera que la guerra sólo se podía ganar en un territorio nacional, pero no de manera agregada.
Colombia también fue eficiente en la implementación de medidas rígidas para evitar las exportaciones; los radares, en colaboración de los EE.UU., sirvieron para dificultar la salida de las drogas. Pero tampoco fueron eficaces totalmente: el precio de la droga subió, pero el consumo se mantuvo. Lo que es más aparecieron nuevos aliados de los narcos y las rutas se desplazaron hacia otros países más tolerantes o menos diligentes. Del mismo modo, Colombia emprendió el camino para restringir la circulación del dinero del negocio: extinción de dominio, limitaciones al manejo del efectivo, agencias y sistemas para detectar actividades sospechosas... El resultado fue similar: los logros en el territorio nacional fueron al mismo tiempo, incentivos para trasladarse a otros países.
No se trata de que los otras naciones sean tolerantes con el narcotráfico; lo que sucede, la mayoría de las veces, es que se requiere tiempo para implementar un aparato opresor que lo contenga. En un principio el narcotráfico no parece tan nocivo como es. Una economía puede inicialmente parecer mejorada; hay más dinero circulante y proliferan nuevos negocios (que los narcos utilizan para lavar el dinero); los efectos nocivos tardan un poco en ser visibles. Sólo cuando el fenómeno está ya bien establecido aparecen los brotes de violencia entre los narcos para arrebatárselo unos a otros; entonces se hace visible la corrupción sobre las autoridades; el daño a la cultura, la perversión de los valores. Cuando la fuerza del narcotráfico es perceptible, ya es muy difícil detenerlo. Además el Estado se transforma lentamente, así que aún con la decisión, hay retrazo en implementación de las medidas.
Es claro, entonces, que las mafias sólo se trasladan y las medidas son ineficientes cuando se evalúan en el contexto de una lucha global. Sin embargo, la lucha contra las drogas persiste. Las razones están dadas por los países consumidores. Esos países –en especial EE.UU.- adelantan una política antidrogas con un discurso político que les da muchos réditos electorales. Se mantiene una idea moralista sobre el consumo de las drogas y se habla de los adictos y los daños a la juventud, y se contenta al electorado con el anuncio de ayudas a los países productores para que sean estos los que den la lucha. Es una estrategia muy efectiva; los muertos, el caos social permanece en los países productores, mientras en los consumidores sólo se habla y se financia una guerra que, al estar por fuera, tiene la apariencia de ser útil.
El hecho de que la discusión sobre la legalización vaya a tener lugar en la Cumbre de las Américas muestra que la entrada de México al combo de los narco-países generó una oportunidad. EE.UU. ya dijo que no aceptará la legalización así que conocemos de antemano el resultado, y sin embargo, los latinoamericanos tenemos que encender el debate. Es fundamental tener presente que nuestras dolencias se refieren a los cultivos de coca y amapola; la marihuana –sobre la que la discusión parece más concertada- se produce en los países norteamericanos. Si va a haber legalización tenemos que exigirla de los cultivos que nos afectan.
Por: Paloma Valencia Laserna
Tomado del El Espectador
Comentarios
Publicar un comentario